Uno de los mayores desafíos del nuevo Gobierno es mejorar la calidad de vida de las personas en los lugares donde habitan, de modo real y objetivo. Si bien parece una tarea simple de comprender, lograrlo es mucho más complejo. Existe un abismo de distancia entre la promesa política y la gestión pública de ésta.
Durante mucho tiempo hemos entendido que un territorio alude a la parte de un ordenamiento político-social definido como la dimensión física perteneciente a una división política administrativa, tales como una región, provincia o comuna. Pero el territorio está conformado por personas. Es decir, es también un área en la cual se concreta una acción y experiencia de vida. Tenemos que considerar que hablamos de una comunión entre una porción física de superficie y las acciones de las personas que realizan en ella. Por lo tanto, es imprescindible entender que un territorio es mucho más que esa división político-administrativa. El mismo Shakespeare lo decía: ¿qué es la ciudad sino su propia gente? No puede existir comportamiento social sin territorio y, en consecuencia, no puede existir un grupo social sin territorio.
Entonces, la gran promesa de mejorar la calidad de vida de las personas depende de un enfoque territorial donde el ser humano esté al centro de las conversaciones y de los requerimientos fundamentales para esa comunidad. Por otro lado, al administrar un territorio, junto con gestionar el bienestar de la comunidad deben entregarse las herramientas necesarias para el desarrollo de las personas que allí habitan.
Justamente para lograr este desafío cobra gran importancia el desarrollo de la “Inteligencia territorial”, que diseña un sistema de captación e interpretación de información por medio de algoritmos (big data), obteniendo evidencia conectada al territorio para comprender las relaciones dinámicas entre las personas y los lugares que habitan. Hoy es posible contar con información robusta y suficiente para entender los fenómenos de corto y largo plazo, los ciclos naturales y territoriales de las diversas condiciones de urbanizaciones, y luego realizar simulaciones que permitan tomar buenas decisiones de “navegación” que impacten positivamente en las personas y mejoren su calidad de vida. Todo, tomando en cuenta las identidades, cultura y hábitos propios de cada lugar.
Además, esta herramienta dota de mejores capacidades a los organismos que toman las decisiones, pues compara diversas zonas, identifica patrones, problemáticas y oportunidades para conectar con soluciones de manera efectiva e identificar las brechas y desequilibrios que se deben superar.
Estamos esperanzados, entonces, en que las nuevas autoridades aprovechen y saquen partido a estos nuevos instrumentos potentes, como la Matriz de Bienestar Humano Territorial. Si bien la implementación no es simple, será exitosa si se da de manera colaborativa, gradual, anticipada y liderada por sus comunidades. La meta es hacer realidad una promesa política y lograr que la administración de los territorios del país se realice de una manera eficiente e innovadora. Y que, a fin de cuentas, logre que sus habitantes sean personas más felices.
Luis Valenzuela Blejer
Director del Centro de Inteligencia Territorial de la Universidad Adolfo Ibáñez.
Doctor of Design, Harvard University, Graduate School of Design. Magíster en Arquitectura y Arquitecto de la Universidad Católica de Chile.